La llegada de
Jude Law a Bolivia y su entrevista con Evo Morales desataron tendencias
contradictorias en el Palacio. Por una parte, la fuerte inclinación farandulera
del primer y segundo mandatario, siempre ansiosos de figuración junto al
jet-set mundial, se tienta con la posibilidad de enrolar al actor británico
como propagandista de los “éxitos” del régimen en el exterior, como se hizo
inicialmente con Sean Penn.
Pero a esto se
contrapone la otra tendencia, precisamente por el trauma que significó para el
evismo la posterior disidencia de Penn y su militancia internacional para que
el gobierno liberara a Jacob Ostreicher, protagonista del caso Dreyfus
boliviano.
¿Se repetirá
la historia, solo que esta vez tendremos en lugar del “embajador de la coca” un
“embajador del carnaval”?
Las imágenes
de la recepción a Law en el Palacio presidencial, curiosamente similares a las
de la visita de Sean Penn, refuerzan el deja vu.
La invitación
con gastos pagos a figuras de la cultura y el espectáculo fue una táctica común
de presidentes pseudo populares, que ahora parece estar siendo emulada por los
impostores MASistas. Siempre bajo la premisa de que puedan convertirse en
emisarios propagandísticos internacionales.
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